Trabajo
Las granjas
El éxito de la economía agraria
cisterciense y su
superioridad sobre las posesiones feudales anticuadas y decadentes, se debe
en gran parte a la organización y explotación planificada de las propiedades
de la Orden.
El sistema señorial dividía las
grandes extensiones feudales en unidades aisladas y virtualmente
independientes, donde los siervos, obstaculizados por costumbres anticuadas
e innumerables tributos y obligaciones estaban abandonados a sus propios
recursos primitivos, sin ninguna planificación o dirección en gran escala.
El único interés del amo, que permanecía ausente, era la recaudación de sus
ingresos habituales. Por el contrario, los fundadores
cistercienses trabajaron ellos
mismos, movidos por el hecho que su vida y supervivencia dependía del éxito
de sus esfuerzos. Al mismo tiempo, no importaba cuántas donaciones
recibieran, la explotación de toda la propiedad quedaba bajo el control del
abad. Cada nueva adquisición recibía atención individual para sacar el
máximo provecho de sus posibilidades. El medio más fructífero para canalizar
dichos esfuerzos lo constituyeron las granjas, sub-estaciones agrarias que
combinaban a la vez las ventajas de una planificación central y de la
autonomía local.
Aunque las granjas registren ya
ciertos antecedentes, deben ser consideradas como rasgos característicos de
la agricultura cisterciense
primitiva. Cuando las fincas de los monjes fueron
demasiado extensas para ser explotadas como una unidad indivisa, se las
transformó en parcelas agrupadas en unidades de unas 150 a 250 hectáreas. Se
cercaban los campos abiertos, y se erigían unos pocos edificios puramente
utilitarios en el lugar más apropiado, para alojar a un grupo de hermanos
conversos, mantener animales de granja, guardar el equipo indispensable y el
producto cosechado.
De acuerdo con las reglas
originales, las granjas no debían estar más lejos de
una jornada de la abadía, de tal manera que permanecieran bajo estricto
control y los hermanos pudieran volver a la abadía todos los domingos para
los servicios religiosos. Como a los monjes de coro no se les permitía
pernoctar en las granjas, el trabajo diario se convirtió en responsabilidad
de los hermanos legos, bajo la supervisión inmediata del granjero (grangiarius),
uno de los conversos más experimentados.
Recibían instrucciones del cillerero o mayordomo de la abadía, quien a su
vez era responsable ante el abad.
La extensión de la granja dependía
en gran parte de las circunstancias locales y la naturaleza de su uso. En el
caso de terrenos fértiles, de intensa labranza, en comarcas extensas, una
granja pudo haber sido mucho menor de 200 hectáreas. En cambio, si la
superficie era montañosa o entremezclada con bosques y praderas, las granjas
eran mucho más grandes. Así, una de las pertenecientes a Aberconway en
Gales, ubicada en las laderas de Anowdon, era de más de 4.500 hectáreas y
dos de Strata Florida, en
el mismo país, tenían unas 2.000 hectáreas cada una.
El número de granjas crecía en
forma proporcional a la expansión territorial de una abadía. En zonas bien
cultivadas y densamente pobladas, el crecimiento era limitado y el número de
granjas raras veces excedían de cuatro o cinco. En todos los lugares donde
el flujo de donaciones importantes continuaron hasta fines del siglo XIII,
los monjes pudieron acumular extensas propiedades, divididas en quince o
veinte granjas. Mientras que el tamaño exacto de cada granja se escapa a las
posibilidades del investigador, la cantidad de granjas puede determinarse
con facilidad por los cartularios compilados con todo cuidado.
La abadía de Villers (Bélgica)
poseía trece granjas al finalizar el siglo XII, y hacia 1276, los monjes,
con la ayuda de trescientos hermanos legos trabajaban en veinte. Por ese
entonces, las posesiones totales de la abadía estaban estimadas en unas
12.000 hectáreas. La casa francesa de Igny llegó a
controlar diecisiete granjas, que en conjunto ocupaban unas 4.000 hectáreas.
Por el año 1348, Mellifont había acumulado cerca de 22.000 hectáreas,
divididas en dieciséis granjas. Claraval poseía en el siglo XIII doce
granjas y dos celliers (establecimientos
especializados en viticultura).
En el caso de Poblet, fundada en
1150, junto a la frontera que se iba ganando a los moros, el éxito de la
Reconquista permitió una expansión prácticamente ilimitada de los monjes.
Hacia 1276, la abadía se había enriquecido con doscientas once donaciones,
poseyendo 25.000 hectáreas divididas en muchas granjas, sin incluir las
veintinueve villas, treinta y ocho despoblados y otras adquisiciones
dispersas.
Las fundaciones
cistercienses al este del
Elba gozaron de oportunidades
similares donde la penetración germana en territorios eslavos, en grandes
trechos deshabitados, facilitaba un rápido crecimiento territorial. Sin
embargo, éstas fueron fundaciones relativamente tardías, cuando el cultivo
directo ya estaba muy limitado por la disminución de
los hermanos legos, la mayor parte de la tierra estaba cultivada por colonos
labriegos, que formaban aldeas nuevas. Por consiguiente, el número de
granjas donde operaban hermanos conversos no son reflejo fiel de la
extensión del total de las posesiones. Probablemente, la abadía de Leubus,
en Silesia, fundada en 1175 fue la que tuvo más éxito, llegando a controlar
sesenta y cinco aldeas diseminadas en un territorio de 25.000 hectáreas. Las
posesiones de Zinna y
Paradies no estaban lejos de las 40.000
hectáreas cada una, mientras Waldsassen, fundación mucho más temprana cerca
del límite con Bohemia, tenía hacia fines del siglo XII unas 70.000
hectáreas.
En agudo contraste, muchas
fundaciones en Francia fueron hechas en medio de zonas muy pobladas, donde
la expansión resultó siempre problemática y la consolidación de granjas
pequeñas y muy diseminadas era difícil. Bonnefont, cerca de
Tolosa, registraba hacia fines
del siglo XIII no menos de trescientas donaciones, pero hacia 1165, los
monjes sólo habían formado cinco granjas, aumentándolas a ocho por el 1263.
Era característico en esas condiciones
que una de las granjas estuviera distante 70 kilómetros de la abadía y otra
40 kilómetros. Salem, en
Suevia, se encontró en condiciones similares. Incapaz de adquirir terreno
suficiente en sus vecindades, densamente pobladas se vio obligada a
expandirse en dirección al norte; por esa razón sus posesiones más lejanas,
en Esslingen (cerca de Stuttgart) distaban 125 kilómetros.
Gracias a la moderna
investigación, se puede demostrar la expansión agraria
cisterciense en Inglaterra con
resultados concluyentes. El éxito de los Monjes Blancos fue más espectacular
en el Yorkshire y el
Oxfordshire, donde
existían todavía grandes extensiones de tierra devastada, como trágico
recuerdo de la conquista normanda. Casi la mitad de todas las granjas
cistercienses de la zona
existieron como resultado de la recuperación de la tierra. El devastado
valle de York fue testigo de la más apretada concentración de granjas
cistercienses. El tamaño de sus
unidades era variable, con un término medio de 140 á 180 hectáreas cada una,
aunque una perteneciente a Fountains
(Brandley) incluía 2.000 hectáreas. En tales casos,
sólo cultivaban intensamente una pequeña porción. La misma abadía, la más
rica de Inglaterra, llegó a poseer veintiséis granjas, mientras Meaux y
Waden tenían más de
veinte cada una. Las granjas de la zona sur de la isla, densamente poblada,
eran más pequeñas y en menor número.
Durante el siglo XII, el trabajo
habitual en las granjas dependía por completo de los hermanos legos, aunque
en la época de la siembra y de la cosecha se contrataba ayuda con
frecuencia. Muy pronto, la multiplicación de granjas hizo que la cantidad de
hermanos conversos disponibles resultara insuficiente, por lo cual se
solicitó, cada vez más a menudo, la colaboración de los aldeanos de las
vecindades. Generalmente, se cultivaba mejor y se explotaba con mayor
eficiencia la granja más cercana a la abadía.
Las primeras edificaciones
cistercienses destinadas a
granjas no incluían ninguna capilla, porque se supone que los hermanos
debían volver a la abadía para los deberes religiosos. Cuando esto resultó
poco práctico a causa de las distancias mayores, se erigieron capillas, pero
sólo podían rezarse misas diarias con la autorización del obispo diocesano,
quien, antes de dar su consentimiento, se aseguraba que la capilla no
compitiera con la iglesia parroquial más próxima. De esta forma, en algunas
granjas dirigidas por Thame y Waverley en el siglo XIII, los monjes tenían
que prometer que sólo se admitirían en los servicios litúrgicos a los
hermanos y a los servidores de la abadía, que no se administraría ningún
sacramento a personas de afuera, y que las misas no se anunciarían por
campanas; las limosnas accidentales, recibidas en la capilla debían ser
entregadas a la parroquia más cercana.
El grupo de edificios de la granja
estaba rodeado con frecuencia por paredes o fosos, para mantener alejados a
los ladrones o merodeadores. En épocas de gran peligro, se daban armas a los
sirvientes de la abadía para su defensa. Estos dispositivos eran comunes en
el norte contra las escaramuzas escocesas. Durante la Guerra de los Cien
Años, fueron fortificadas también muchas granjas en Francia. Una de ellas,
Masse, posesión de
Bonneval, hasta ostentaba un formidable torreón.
Bibliografía
(…)
L.J. Lekai,
Los Cistercienses Ideales y realidad,
Abadia de Poblet Tarragona , 1987.
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Abadia de Poblet
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