Los Cistercienses

Economia

Destrucción de aldeas

La destrucción ocasional de aldeas ubicadas dentro de las grandes extensiones de tierras donadas a los monjes fue una de las consecuencias poco deseables de la expansión cisterciense. La raíz de esos procedimientos tan criticados hay que buscarla en el amor de los cistercienses por la soledad, en la obediencia a la prohibición de aceptar aldeas, en la exención del pago de diezmo que podría haberse visto comprometida en caso de poseerlas y por último, en el hecho de que, mientras hubo suficiente mano de obra, provista por los hermanos, los aldeanos no hacían más que construir un cuerpo extraño, en el interior de una propiedad monástica estructurada. La mayoría de los ejemplos conocidos se refieren a Inglaterra, donde tales casos no constituían hechos aislados, aunque fueron explotados por propagandistas hostiles como Walter Map y Gerardo de Gales, ciertamente de mala fe.

Tres o cuatro de las granjas de Fountains habían sido en su origen hogares de labradores, Holmucultram, Kirkstall, Byland, Sawley y quizás algunas otras fueron del mismo modo culpables de desalojar a los aldeanos, destruir la vieja iglesia y «reducir la villa a una granja». Sin embargo, de los pocos casos de que se poseen detalles, se puede inferir, que, en la mayoría, la demolición fue prevista con anticipación y acompañada de medidas adecuadas para la reinstalación de los habitantes. El emplazamiento original de Rufford, fundada en 1146, incluía una aldea, que obviamente no podía permanecer allí si los monjes aceptaban la oferta. Pero, antes de que se iniciara acción alguna, los monjes ofrecieron a los habitantes una generosa compensación en efectivo, o bien en tierras ubicadas en otras zonas. Más aún, se acordó que «los monjes velarían por su libertad, los liberarían de la servidumbre de Gilberto de Gante y sus herederos y los protegerían según sus posibilidades con la palabra y la oración contra todo enemigo, y si alguno de ellos, movido por el deseo de servir a Dios o compelido por la enfermedad, quisiera unirse a los monjes, éstos lo sostendrían en la medida que les pareciera prudente».

La donación de Eilfingen a los monjes de Maulbronn en 1159, constituye otro ejemplo demostrativo de la evacuación de una aldea planeada de antemano, donde los labriegos recibieron compensación. El donante, el obispo Günther de Speyer, establecía: «Compré con mi dinero todo lo que pertenecía o parecía pertenecer a la totalidad de los labradores y a los diferentes señores; y lo que recibí por legítima compra lo transfiero como posesión, según es costumbre, a la comunidad de Maulbronn. Los anteriores habitantes y labradores de todo el poblado fueron desalojados, se instaló allí una granja y sólo los hermanos conversos, con sus propios arados, cultivaron sus campos».

Éste podría ser el lugar apto para recalcar nuevamente que, en la Europa central y oriental, los cistercienses promovieron con frecuencia nuevos poblados de labradores, y que, aun en Occidente el proceso revirtió: a consecuencia de la virtual desaparición de los hermanos, la mayoría de las granjas cistercienses volvieron a manos de seglares para su cultivo.

En España ocurrió una evolución similar después del éxito de la Reconquista, que abrió nuevos territorios a los pujantes cistercienses. Poblet, entre otras abadías, convertida en una activa colonizadora, contó en gran parte con arrendatarios laicos para la explotación de sus extensos dominios, ante la falta de suficientes vocaciones de hermanos legos. Amplias donaciones de tierras, exenciones de impuestos, préstamos para la construcción de casas y otros privilegios servían como incentivos para reclutar a los arrendatarios. Por lo tanto, en la Península Ibérica, los cistercienses pueden ser considerados con toda justicia como agentes efectivos en la repoblación y reconstrucción de territorios devastados durante siglos enteros de guerra.

 

Bibliografía

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L.J. Lekai, Los Cistercienses Ideales y realidad, Abadia de Poblet Tarragona , 1987.

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