Los Cistercienses

Economia

Condiciones económicas a fines de la edad media

Pero medidas puramente administrativas, no importa lo saludables que fueran, no podían mejorar significativamente el panorama, y sólo se hizo evidente el grado de recuperación en la segunda mitad del siglo XV.

La depresión no estaba limitada en modo alguno a Francia. Penurias en Otterberg, en la diócesis de Mainz obligaron a los monjes a vender parte de la propiedad del monasterio y, hacia 1362, se registran veintiséis hechos similares. Aún así, las deudas de la abadía aumentaban constantemente y, hacia 1426, debía tratar con no menos de treinta y siete acreedores. Loccum, en Hannover, experimentó adversidades semejantes. La otrora poblada comunidad sólo contaba veinte monjes y diez conversos en 1426. El abad Ernesto (1483-1492) consiguió hacer revertir el proceso y, hacia fines del siglo XV, la comunidad había crecido de nuevo a cuarenta monjes y setenta hermanos legos.

La crónica de Meaux presenta un cuadro detallado de la economía monástica hacia fines del siglo y los monjes casi lograban conseguir un presupuesto equilibrado. En 1393-1394, el total de los ingresos ascendía a 614 libras provenientes de rentas en su mayor parte (338 libras), mientras que la venta de lana, antes tan importante, había descendido a 30 libras. Las iglesias bajo control de la abadía proporcionaron 86 libras. Las cifras nos dan una idea del valor de la tierra como bien de renta, que de acuerdo a la calidad del suelo oscilaba entre seis y veinte peniques por acre. El total de gastos de ese mismo año sumaban 672 libras, la mayor parte de las cuales iban a mano de los acreedores. El mantenimiento de las iglesias, incluyendo los sueldos de los vicarios (87 libras) absorbían por completo los diezmos recogidos. La hospitalidad les costó 47 libras; las pensiones a los benefactores 37; los salarios de los servicios 24 y 10 libras fueron pagadas a los abogados de la abadía.

Los detalles nos revelan, contrariamente a las acusaciones hechas con frecuencia, que los monjes, por lo menos los de Meaux, estaban muy preocupados con los detalles de la administración fiscal y, en circunstancias normales, manejaron su propiedad con una experiencia y eficacia dignas de destacar. Los sucesivos abades fueron elegidos tomando más en cuenta sus habilidades administrativas que su piedad, y, por lo menos la mitad de la comunidad, estaba involucrada en la dirección económica. Nunca se ocultaron las deudas y se hicieron todos los esfuerzos por reducirlas. Si de algo se podría culpar a los monjes sería de su excesiva devoción a la economía, con detrimento de sus obligaciones espirituales.

Villers, que sufría por las intromisiones de los duques de Brabante, Juan II (1297-1312) y Juan III (1312-1355), es otro caso bien documentado. La enajenación ininterrumpida de la propiedad comenzó bajo el abad Nicolás (1303-1308), pero las 6.000 libras brabantinas que obtuvieron no alcanzaron para que la abadía fuera solvente. Cuando en 1315 los monjes no quisieron ni pudieron (non volentes nec valentes) afrontar otro exagerado impuesto, huyeron a otras abadías de la Orden fuera del alcance del codicioso príncipe. Sin embargo, de ningún modo terminaron aquí las tribulaciones: entre 1330 y 1333, tuvieron que vender tres granjas enteras, «para saldar deudas de préstamos usurarios».

Durante el siglo XIV la mayor parte de las tierras de Villers fueron alquiladas bajo distintas condiciones. Sólo las granjas más cercanas a la abadía eran cultivadas por monjes, pero, dada la falta de conversos, necesitaban la ayuda de trabajadores contratados. Después de 1350, cayó abruptamente la cantidad de donaciones, antes alta, aunque durante el siglo XV todavía se registraron unas veinte cesiones, en su mayor parte propiedades urbanas. La segunda mitad del siglo XV fue testigo de una recuperación gradual. Entre otras nuevas adquisiciones, los monjes consiguieron en 1483 Wilderen, futura residencia veraniega de los abades. Hacia fines de siglo, los monjes lograron equilibrar su presupuesto y la entrada neta anual alcanzaba la cifra impresionante de 10.000 gros livres de Brabant (unas 4.000 livres tournois).

En otros países, cuando las abadías empobrecidas no podían mantener a su personal, los monjes aceptaban con frecuencia pensiones regulares de parientes o amigos. Tales prácticas se dieron durante todo el siglo XIV y XV, a despecho de las amonestaciones repetidas del Capítulo General. De acuerdo a las crónicas de Himmerod, Teisterbach, Altenberg, Kamp y Eberbach, todas en Renania, muchos monjes gozaban de ingresos personales (peculium) en abierta infracción a la pobreza monástica, pasada por alto por visitadores compresivos. En algunos monasterios, donde ya no era posible la explotación de la tierra por los conversos, los monjes se hicieron cargo del cultivo de las granjas en forma individual pagando una renta al abad, pero reteniendo el excedente para sí mismos. Se conservan documentos de este tipo de contratos entre monjes y abades, entre otras casas, de Himmerod y Jouy (Francia).

En Melrose (Escocia), a comienzos del siglo XVI, muchos monjes cultivaban sus huertos privados y vivían de rentas personales. En 1533, el Capítulo General mandó al abad de Châlis, Simón Patel, para que investigara el abuso arraigado desde largo tiempo atrás. Los monjes se defendieron alegando que el comendatario había rehusado proveerles de lo necesario, por lo tanto requerían una consideración especial por su lastimosa condición, hasta que se pudieran tomar otras medidas para su mantenimiento. El comprensivo visitador se avino a tolerar esta extraña especie de economía monástica hasta tanto el Capítulo General se pronunciara definitivamente sobre el particular.

 

Bibliografía

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L.J. Lekai, Los Cistercienses Ideales y realidad, Abadia de Poblet Tarragona , 1987.

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