Los Cistercienses

Economia

Diezmos e iglesias

No era muy raro aceptar diezmos, aun antes de la admisión de la Congregación de Savigny, y ello tenía su justificación en las penurias económicas. Lo mismo es válido para la tenencia de siervos, que para aldeas enteras, especialmente al este del Rhin, donde las vocaciones de los hermanos conversos no eran tan abundantes como en el Oeste. Según el testimonio de Franz Winter, Walkenried, en Sajonia, recibió tres aldeas cuando su fundación en 1129. Los primeros tiempos de Sittichenbach (casa sajona filial de Walkenried, fundada en 1141) fueron tan difíciles, que el conde Federico von Beichlingen, movido de compasión, donó a los monjes la aldea de Ober-Heilingen con un ingreso de 36 marcos en concepto de diezmos. La abadía polaca de Lekno recibió al fundarse (1143) la ciudad del mismo nombre, junto con el ventajoso privilegio de su mercado. Andreow, en el mismo país, aceptó hacia 1149 una villa y siete aldeas.

Fueron innumerables los incidentes motivados por la donación de diezmos, hasta iglesias enteras con sus ingresos, en todos los países donde se establecieron los cistercienses. Pero, con la ya mencionada incorporación de Savigny a la Orden en 1147, la excepción se convirtió en norma general. En ciertos casos, la acumulación de diezmos constituía la mayor parte de las entradas líquidas. Las tres cuartas partes de la entrada total de Valle Crucis, en Gales, provenía de diezmos. En Cymmer y Aberconway, también galesas, esos beneficios significaban la tercera parte de las rentas; en Tintern y Dore, en el mismo país, los diezmos alcanzaban a un quinto de todos sus ingresos. La posesión de iglesias en Inglaterra comenzó con la primera fundación, Waverley, en 1128. Hacia 1400, los Monjes Blancos tenían participación en los beneficios de ochenta y dos iglesias y capillas. Sawley, en el Yorkshire, percibía una ganancia neta de 100 chelines anuales por sostener una sola iglesia. Las posesiones de Altenberg, en Renania, incluían seis iglesias con todas sus rentas. Melrose, en Escocia, en víspera de la Disolución, tenía no menos de veintinueve iglesias. Por el año 1244, los diezmos recaudados por Villers correspondían a cuarenta orígenes distintos.

El rápido encumbramiento de Soro, en Zelandia, Dinamarca, nos da un ejemplo de la casi total falta de consideración por las primitivas restricciones cistercienses en materia económica. Soro fue filial de Esrom, pero su verdadero fundador fue uno de los clérigos más poderosos de ese país durante el siglo XII, Absalón (1128-1201), obispo de Roskilde, luego arzobispo de Lund, primado del país. Su generosidad sin límites hacia Soro fue imitada por todo su clan, la familia Hvide. Los cistercienses ocuparon en 1161 el edificio de la abadía, un establecimiento que había pertenecido anteriormente a los benedictinos. Poco después de esta fecha, Absalón enriqueció al nuevo establecimiento con la participación episcopal de los diezmos de siete poblados, a los cuales se agregaron otros tres a comienzos del siglo XIII. La abadía recibió aldeas y propiedades de otro tipo en todo el país; una de ellas, Tváaker, en la isla de Halland, estaba situada a unos 80 km. Este tipo de propiedades no eran cultivadas por los monjes o por los hermanos legos, sino que se las conservaba, la mayoría de las veces, hasta que se presentara la oportunidad de hacer un trueque con tierras más cercanas a la abadía. Por medio de una serie de transacciones de esta clase, los monjes, pudieran acumular, en 1197, nueve granjas, sumadas a incontables propiedades más pequeñas, empresas industriales o comerciales. Soro fue agradecida con Absalón y los Hvide: muchos miembros de esta gran familia fueron enterrados en la iglesia abacial; también llevaron al arzobispo moribundo para que descansara con sus amados monjes.

¿Cuál fue la reacción del Capítulo General ante infracciones tan evidentes a supuestas reglas fundamentales? La respuesta en un caso conocido, muy conocido, fue afirmativa. Se refería a la abadía romana de Tre Fontane, una antigua abadía incorporada en 1140 con la bendición de san Bernardo, a pesar del hecho de que ya poseía una aldea, iglesias, y toda clase de rentas eclesiásticas, habituales pero prohibidas. No había ningún indicio de que quisieran despojarse de sus posesiones «ilegales». Más aún, para asegurar que todo era aceptable, el papa Eugenio III se dirigió al Capítulo General de 1152, pidiendo que se permitiera retener a la abadía esas fuentes de ingresos, alegando que, «aunque estuvieran estrictamente prohibidos por la Orden, su retención es imperiosa debido a las necesidades locales». Luego, el Papa aseguró al Capítulo que trataría de buscar alguna otra solución, pero que, por el momento, los monjes no podrían renunciar a sus fuentes habituales de sustento o, de lo contrario, deberían verse obligados a mendigar su comida. El Capítulo General de 1153 encontró la exención justificable, y consintió rápidamente.

La concesión no quedó como un hecho aislado, y se extendió a veintinueve abadías bajo Savigny y algunos grupos más pequeños de casas dependientes de Cadouin y Obazine. El Capítulo de 1157 permitió específicamente mantener sus molinos a las abadías recién unidas, hasta que recibieran otras instrucciones. Mientras tanto, como se podría anticipar con facilidad, las concesiones que se conocieron rápidamente, animaron a otras comunidades a apropiarse de posesiones, hasta ese momento prohibidas. Hacia 1169, los abusos eran tan difundidos, que el papa Alejandro III dirigió a la Orden una bula en un lenguaje muy severo, llamándole la atención por las alarmantes desviaciones de las «santas instituciones» de los primeros Padres.

 

Bibliografía

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L.J. Lekai, Los Cistercienses Ideales y realidad, Abadia de Poblet Tarragona , 1987.

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