Los Cistercienses

Economia

Arrendamiento de tierras

Aunque se comprobó con frecuencia que los ideales de los fundadores de Cister eran demasiado elevados para ser puestos en práctica, se mantuvo en vigor durante todo el siglo XII el rasgo característico y columna vertebral de la economía cisterciense: la agricultura realizada por los hermanos legos. Por esta razón, la reducción gradual y la desaparición práctica de los conversos creó una crisis seria dentro de la Orden, que terminó con el arrendamiento de la mayoría de las granjas a laicos. El proceso, aunque difícil, no amenazó la existencia de las comunidades monásticas, pero exigió el sacrificio de un sello distintivo de la herencia cisterciense, y la modernización de la economía de acuerdo con los modos de operar de otras instituciones de su época, ya sean laicas o eclesiásticas.

En los casos en que el número de hermanos era proporcionalmente menor a la expansión territorial, el arriendo había comenzado ya antes de concluir el siglo XII. Así, la casa galesa de Margam recibió rentas por algunas de sus propiedades hacia 1188. Su vecina, Strata Florida, comenzó a arrendar sus posesiones en 1202, y Holy Cross, en Irlanda, lo hizo a poco de su fundación en 1180. Por el año 1208, la tendencia estaba tan difundida, que el Capítulo General se vio obligado a permitir el arrendamiento de la tierra «menos útil». Sin embargo, la concesión se convirtió en un candente tema de debate entre los abades. En la asamblea de 1214, el decreto fue revocado, bajo la presión conservadora, únicamente para ser confirmado al año siguiente añadiendo la condición de que, las propiedades recién adquiridas, debían ser alquiladas para arrendar cualquier tierra, si la medida servía al interés de la comunidad afectada. La decisión final en esta materia era privilegio de los padres inmediatos.

Las condiciones específicas y los términos del arriendo de la tierra de los monasterios fue objeto de legislación durante el resto del siglo XIII. Al comienzo, sólo se aprobaban términos reducidos, luego se permitió a los arrendatarios laicos mantener los arrendamientos de por vida y, por último, en la segunda década del siglo XIV, el Capítulo General hasta reconoció los derechos de herencia que los arrendatarios tenían sobre la primitiva propiedad monástica.

Las condiciones de la permanencia y la naturaleza de los pagos variaba de acuerdo con las costumbres locales, pero la participación en las cosechas y contribuciones en especias dejaron paso a las rentas en efectivo, fijadas por un acuerdo más o menos formal entre las partes, alcanzando alrededor del 4 al 5% del valor del capital de la propiedad. El arriendo de las antiguas granjas comenzaba por las más lejanas a la abadía, y esos establecimientos de labradores en tierras de cistercienses aumentó el número de poblados nuevos, las bastides del sur y villes neuves del norte de Francia. Por otro lado, la retención de las granjas más cercanas seguía siendo de sumo interés para los monjes. Estas últimas constituían la «finca solariega» abacial, cultivada por los hermanos legos que aún quedaban, o por mano de obra contratada.

En Francia, el proceso estaba prácticamente concluido hacia las primeras décadas del siglo XIV, casi al mismo tiempo que el arriendo de las tierras de los monasterios en Alemania había alcanzado su culminación. En Europa oriental, donde los cultivos directos siempre fueron limitados, los cambios se operaron despacio, dado que el trasfondo social del desarrollo, la emancipación de los siervos, quedó retrasado hasta el siglo XVIII.

Desde el punto de vista de los abades, el arrendamiento tenía ventajas obvias. Quedaba eliminado el problema de manejar masas de conversos indisciplinados y con frecuencia rebeldes; se simplificaba enormemente la administración de la propiedad, que terminó por reducirse a la recaudación de ingresos fijos. En una economía monetaria comercializada, los pagos al contado eran más deseables que almacenar excedentes de cosechas; y por último, la firmeza de los ingresos parecían asegurar la estabilidad económica de las abadías. En la práctica, hacia fines del siglo XIV, las rentas constituían el grueso de las ganancias monásticas. En 1356, Meaux recaudó 342 libras en alquileres, más de la mitad del total de ingresos de la misma. Los terratenientes del siglo XIV no previeron que las ventajas monetarias se volverían realmente en su contra debido a una inflación, lenta pero constante.

Aunque no disponemos de cifras exactas, los incidentes por razón del arriendo de tierras de abadengo en Francia fueron comunes al comienzo del siglo xlii. De todos modos, en 1230, en una asamblea abacial realizada por las filiales de Savigny, el abad Esteban Lexington trató in extenso dicho tema. Sugería a sus colegas enviar todos los años «dos monjes dignos de confianza y temerosos de Dios» a todos los arrendatarios, para determinar bajo juramento la extensión y tipo de posesión de cada predio, al mismo tiempo que fijarían la cantidad a abonar, «ya sea en moneda, en cosecha o aun en trabajos», servicios llamados corvée (quae corvée vocantur). Los resultados de la investigación habrían de conservarse en los archivos monásticos.

Las deudas de las grandes abadías en el Yorkshire y la urgencia de reparar los daños causados por las incursiones escocesas precipitaron el arrendamiento de granjas en Inglaterra. Hacia 1363, Fountains ya había alquilado ocho granjas y Jervaulx cuatro. El mismo proceso se iba operando en Villers, en Brabante, y estaba muy avanzado en la segunda mitad del siglo XIII, cuando, por un motivo u otro, mil doscientas personas pagaban rentas a los monjes. Un proceso similar, pero en menor escala, tuvo lugar en Ter Doest y Les Dunes. En Hardehausen, Westfalia, los monjes arrendaron sus molinos, antes que sus granjas. El primer traspaso de una granja a laicos no se efectuó hasta 1322. En Otterberg, sólo había tres casos de arriendo en 1300, mientras que, entre 1301 y 1350, se registraron veinticuatro. La abadía suiza de Hauterive ya comenzó a arrendar sus- tierras en 1217, pero el traspaso del grueso de las once granjas no se realizó sino en el transcurso del siglo XIV. En Stams, fundación tardía (1273) en el Tirol, no se realizó ningún intento de iniciar el cultivo directo. Las tierras se entregaban en arriendo apenas se las recibía como donación, con frecuencia al mismo donante. Los archivos de la abadía registraron no menos de cuatrocientos contratos de esa naturaleza efectuados hasta 1336. La abadía explotaba únicamente las dos granjas ubicadas en las inmediaciones con su propio personal, que en 1333 alcanzaba a cuarenta y un monjes y diez hermanos. Poco después de esta fecha, también ésas pasaron a manos de arrendatarios laicos.

Debe servirnos de advertencia contra conclusiones precipitadas e incorrectas generalizaciones el hecho observado con frecuencia, de que el arriendo de la tierra monástica era bien notable cuando la abadía en cuestión contaba aún con suficientes hermanos legos. Evidentemente, la disminución de los conversos precipitó el arriendo y en muchos casos lo hizo necesario, pero de ninguna forma fue la única causa del proceso. Probablemente sería más correcto suponer que la desaparición de los hermanos legos, el arrendamiento y la preferencia de rentas fijas en efectivo, por parte de los abades, eran todos síntomas de los cambios fundamentales que se habían operado, y condujeron en la mayor parte de Europa a una transformación de la economía feudal decadente a las primeras formas del capitalismo.

La transferencia de tierra a los aldeanos, bajo cualquier condición, no cancelaba por completo las responsabilidades de las abadías en relación a sus anteriores posesiones. En la práctica, los abades llegaron a ejercer jurisdicción señorial sobre los nuevos pobladores, añadiendo tales obligaciones al cuidado pastoral. Pero esas funciones no eran completamente nuevas en la Orden y, en algunos casos, precedieron al arrendamiento. Cierto número de monasterios poseía aldeas y habían adquirido familias de siervos mucho antes de fines del siglo XII. En Inglaterra, Rieval, Stanley y Kirkstall poseían siervos antes de 1180, y el empleo de trabajadores que no tenían derechos como ciudadanos se hizo bastante común en todas partes durante la primera mitad del siglo XIII. Furness había comprado siervos a un promedio de 20 chelines por persona. Hacia 1180, Villers recibió como donación una familia de siervos, y se sucedieron hechos similares. En 1222, un tal Jacques de Maleves donó a la abadía una aldea con sus familias de siervos. De acuerdo con los registros de Stams, hasta el comienzo del siglo XV, la abadía recibía con frecuencia siervos (Leibeigene) conjuntamente con la tierra donada.

Los primeros indicios de trabajadores contratados se remontan al siglo XII y, como el número de hermanos conversos disminuía, los monjes contrataban jornaleros seglares. En algunas ocasiones, la necesidad de trabajadores era tan grande, que las abadías se vieron obligadas a competir unas con otras por ellos. En 1164, algunos abades cistercienses ingleses firmaron un convenio con sus vecinos gilbertinos, asegurando a cada comunidad un cupo en la provisión de mano de obra. Hacia mediados del siglo XIII, el número de trabajadores asalariados en la abadía de Kingswood se elevó tanto, que, en 1256, los monjes pagaron 22 libras por ayuda contratada. Hacia fines del siglo XIV, se confiaba con frecuencia al personal laico tanto los trabajadores del campo, como las tareas domésticas. La crónica de Meaux suministra una lista completa de sus empleados. El abad tenía su propia casa, la cual era administrada en gran parte por laicos, incluyendo su escudero, camarlengo, paje, cocinero, palafrenero, mozo de caballos y jardinero. La cocina de los monjes ocupaba a cuatro servidores, y la panadería a cinco. Los monjes que ejercían funciones en el monasterio, como el cillerero, tesorero, portero, enfermero y sacristán, tenían todos ellos sus ayudantes laicos. Los artesanos realizaban también los trabajos de los talleres, incluyendo pizarrero, sastre, preparador de malta, carretero, curtidor, molinero, barbero, guardamonte y lechero. En 1393, cuando Meaux contaba veintiséis monjes, pagó jornales a por lo menos unos cuarenta empleados domésticos.

 

Bibliografía

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L.J. Lekai, Los Cistercienses Ideales y realidad, Abadia de Poblet Tarragona , 1987.

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