Los Cistercienses

Economia

El comercio

La regla de San Benito exhortaba a los monjes a proveerse por sí mismos, y a que sus casas pudieran autoabastecerse. Así no había ninguna escusa para transacciones comerciales con los extraños, causa de dañinas distracciones y tentaciones. En las primeras casas cistercienses, la recomendación de la Regla cobró nuevo valor. Los monjes, al amar la soledad, vivían voluntariamente lejos de los centros habitados. El trabajo manual en sus campos llegó a ser un medio de subsistencia y ellos mismos debían fabricar las herramientas y los instrumentos para sus tareas, proveerse de ropa y calzado, conseguir material de construcción y combustibles para distintos fines, todo esto unido a otras necesidades de sus sencillas vidas.

Sin embargo, salta a la vista que ninguna abadía podía alcanzar una independencia económica absoluta. Por consiguiente, hasta la más primitiva legislación de la Orden autorizó la venta de los productos excedentes y la compra de los artículos que los monjes no se podrían procurar de otra forma. Como señala el párrafo 14 de los Instituta del Capítulo General de Cister: «Aunque sea peligroso e inconveniente para religiosos frecuentar los mercados, dado que nuestra pobreza exige que vendamos algunos de nuestros productos y compremos otros artículos, aquellos cuya tarea es proveer tales necesidades, pueden ir a ferias y mercados, pero no más lejos de tres jornadas o, a lo sumo, cuatro; no deben ir más de dos monjes o hermanos legos de una abadía, quienes, sin embargo, no pueden cruzar el mar hacia Inglaterra, para concurrir a ferias». La ley no detuvo a los monjes de Holy Cross en Irlanda para que celebraran dos ferias anuales (mayo y septiembre) dentro del recinto del monasterio. Los monjes cobraban derecho de peaje, y hallaban así oportunidad de vender sus propios productos, principalmente lana.

Otro párrafo de las mismas reglamentaciones aprobaba el establecimiento de depósitos o almacenes en las ciudades vecinas, aunque no les permitía a los monjes residir de forma permanente en ellas. Por datos posteriores sobre comercio se puede deducir, que el primer producto del comercio cisterciense fue el vino, porque ya el mismo texto insistía en que fuera vendido sólo al por mayor y nunca en tabernas atendidas por los propios monjes. Pero la mayoría de las restricciones fueron reemplazadas muy pronto por liberales concesiones, y las ganancias monásticas provenientes del comercio sobrepasaban frecuentemente a toda otra fuente de ingresos.

La exención de numerosos impuestos que gozaba la Orden, acrecentada por privilegios para el envío de mercadería a grandes distancias sin pagar peaje, fue el mayor incentivo para la comercialización gradual de la economía cisterciense. Esas inmunidades fiscales hicieron posible la combinación de precios bajos y alta calidad, convirtiendo a los monjes en formidables competidores de productos menos privilegiados y de vendedores de mercaderías similares. Otra ventaja más de la producción cisterciense se debía a que la mayoría de las abadías estaban situadas en valles bendecidos con abundante provisión de agua. Los monjes encauzaron diligentemente la energía de las corrientes rápidas y no sólo usaron el agua para mover los molinos, sino para otros talleres donde un grupo bien entrenado de hermanos conversos podía producir más y mejor que el solitario artesano de cualquier establecimiento laico de las inmediaciones. Una descripción famosa y frecuentemente citada de Claraval del siglo XIII exaltó líricamente las ventajas que el río Aube proporcionaba a los monjes, quienes, encauzando las corrientes rápidas dentro de varios canales, irrigaban sus jardines, alimentaban sus viveros, movían sus batanes y molinos de trigo y proveían de abundante agua a su cocina, fábrica de cerveza y tenería.

La mayoría de las otras abadías aprovecharon al máximo oportunidades similares. Un caso digno de destacar es el de Soro en Dinamarca, situada en una isla del lago de Soro, pero sin corrientes rápidas. Animados por el arzobispo Anders Sunesen († 1228), sucesor de Absalón, los monjes unieron su propio lago con otro a mayor altura por medio de un canal, «una de las obras maestras de ingeniería del siglo XIII en Dinamarca». La rápida corriente del canal proveía a Soro de fuerza motriz y drenaje a la vez.

 

Bibliografía

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L.J. Lekai, Los Cistercienses Ideales y realidad, Abadia de Poblet Tarragona , 1987.

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