Economia
Comercio de lana
La lana fue uno de los primeros
productos del comercio cisterciense,
especialmente en Inglaterra, llegando a ser el capítulo
más importante. Las vastas extensiones incultas del
Yorkshire ofrecían excelente pasto a grandes
rebaños, aunque la cría de ganado lanar fue también popular en Gales,
Flandes, Sur de Francia y España. La producción de lana atraía a los
cistercienses no sólo por la
amplia disponibilidad de tierra de pastoreo, sino porque exigía poca
inversión. Requería reducido personal, y ofrecía dinero en efectivo por la
lana cruda, vendida a los ansiosos mercaderes flamencos e italianos.
El comercio de lana era ya
significativo hacia fines del siglo XII, y en el siglo XIII interesaba por
lo menos a cuarenta abadías cistercienses
en Inglaterra. Muchas de ellas tenían licencia de
exportación, y almacenes en ciudades portuarias del país. Por ejemplo, en
Londres únicamente, diecisiete casas cistercienses
poseían depósitos de ese tipo. Algunas
transportaban la lana al exterior por medio de sus propios barcos que
cruzaban el Canal; otras la vendían en casa a mercaderes viajantes que
hacían visitas regulares a sus mejores clientes.
El tamaño de los rebaños variaba,
pero muchas abadías poseyeron varios miles de cabezas, aunque, durante el
siglo XIII, la terrible roña o escabro los destruía en pocos meses. En tales
casos, si los monjes habían firmado ya contrato y recibido pago adelantado a
cuenta del futuro envío
de lana, se producía
una crisis
seria. Pingües ganancias
y riesgos
graves eran
características de este tentador negocio. Inicialmente,
el Capítulo General se
opuso a
la venta
anticipada de lana,
pero las persistentes
infracciones le obligaron a
cambiar de actitud y por
último, en 1279
quedaron eliminadas todas
las restricciones, a
condición de que
la cantidad recibida sirviera
para saldar deudas. Los
contratos por los cuales las abadías
se comprometían
a enviar una cantidad
determinada de mercadería
oscilaban entre los
dos y veinte años
e involucraban
grandes cantidades
de lana y efectivo, Fountains, Rieval y Meaux
encabezaban, por
lo general
la lista de
productores; cada una
tenía hacia fines
del siglo XIII entre 10.000 y
15.000 ovejas, y
vendían anualmente
cincuenta o
sesenta balas de lana. Hasta
el rendimiento de
productores pequeños era
considerable: el promedio anual
de ventas de Kirkstall llegaba
a veinticinco
balas, el
de Beaulieu a diecisiete.
El peso de una «bala» de lana era
en un principio
el fardo que
podía transportar
un caballo de carga y,
en la práctica, se
fijó en trescientas sesenta y
cuatro libras. Cada bala
contenía unos
doscientos vellones. De este
modo, por la cantidad de
lana vendida se puede deducir, con
bastante exactitud, el
número de ovejas
que poseía
cada abadía. En
1273, el precio promedio
de la
lana por bala era de diez
marcos, aunque la
fina obtenía precios mucho
más altos, y la
de peor calidad
más bajos.
Los cistercienses gozaban
de la
fama de producir algunas
de las lanas de
mejor calidad en Inglaterra.
En el año citado
anteriormente, Meaux recibió quince
marcos por bala, Fountains
dieciséis y Pipewell de
dieciocho a veinte.
A veces, los monjes
recibían la lana como
diezmos de sus
arrendatarios, o si la
abadía no podía proveer
la cantidad estipulada por
el contrato,
los propios hermanos iban de
casa en casa y
recolectaban lana de
pequeños granjeros para
revenderla a
los mercaderes. Esas balas,
llamadas collecta,
eran de
calidad inferior y se
vendían a
ocho o
nueve marcos.
La compra
de lana para su reventa
no sólo atentaba contra
los reglamentos
cistercienses, sino que desató la oposición
vehemente de los
competidores seculares. En el
caso famoso de 1262, la
ciudad de Lincoln
protestó a Enrique III contra
los conversi cistercienses, que
estaban muy atareados
comprando lana «para su
venta a los mercaderes de Ultramar…, contraria a
la obligación de honestidad de su Orden, motivando el
empobrecimiento de la ciudad de Lincoln y otras
ciudades de mercado real en esta comarca, con lo cual le privan
fraudulentamente de los impuestos sobre las fincas y los derechos de aduana
correspondientes; por esta razón el rey les ordena desistir
de este tipo de negocios, o de lo contrario caerá sobre ellos todo el peso
de la justicia real». La sentencia, sin embargo, no logró que algunas
abadías del Yorkshire no repitieran bajo grandes
presiones económicas el mismo tipo de operaciones. Así, en
1276, Fountains vendió
sesenta balas de la collecta
a los mercaderes florentinos; y Meaux vendió entre
1270 y 1280
ciento veinte balas de origen semejante.
Aunque los
cistercienses figuraran entre los primeros
criadores de ovejas, la producción total de la Orden alcanzaba únicamente a
un 3 o 4% de la lana exportada. Sin embargo, pocos podían sobrepasarles en
cuanto a la calidad. Por esta razón, tuvieron muchos interés en otorgarles
derechos para usar de pastos comunes, brindando oportunidades a los aldeanos
para aprender las técnicas más adelantadas de los hermanos y mejorar por
medio del cruce los rebaños del donante. Otra compensación por el uso de los
pastos era el excremento de los animales, un fertilizante de gran valor.
Consideraciones semejantes podrían haber impulsado a Guillermo de
Stateville, cuando invitó a los conversi
de Kirkstall a apacentar ochocientas cuarenta cabezas en un pasto común,
pero insistió en conservar cuatrocientas en su rebaño, estipulando que le
pertenecían los corderitos que nacieran.
Las abadías productoras de lana
elaboraban con frecuencia una parte de su esquila para su uso particular.
Entre 1235 y 1248 Meaux
comenzó a usar un molino de batán, y además allí tejían en telares y se
hacían paños para cogullas y capas. Kingswood
producía, además de la tela para los hábitos de los monjes, material para
los arneses, cobertores y zapatillas. En 1297,
Beaulieu elaboró en sus propios talleres diez balas de
lana, y Vaudey y Furness produjeron cantidades comparables de tela. Se
sabe, por lo menos, de veinticinco abadías en
Inglaterra y Gales que trabajaron con batanes.
La explotación inglesa de lana
alcanzó su mayor volumen entre 1275 y 1325.
Varias abadías mantenían una flota mercantil
considerable con ese propósito, entre ellas Meaux, donde los monjes habían
construido una embarcación con un coste de doscientos marcos, y la
bautizaron «Benedictus». El estallido de la Guerra de «los Cien Años»
(1337), seguida por el desastre de una plaga en 1348-1349, interrumpió los
contactos con el extranjero y dañó seriamente el comercio de lanas. Mientras
tanto, la intervención real, otorgando privilegios monopolistas a un grupo
de mercaderes exportadores de lanas, conocido posteriormente como
«Company of Staplers», evitó que
los cistercienses
mantuvieran contacto directo con las firmas extranjeras, terminando así con
la preeminencia de la Orden en este capítulo.
Se infiere de la documentación
rescatada que, hacia fines del siglo XIII,
la producción de lana era un proceso bien organizado y
controlado cuidadosamente en muchas abadías; el libro de cuentas de Beaulieu
es particularmente revelador, cuando se refiere a las condiciones imperantes
en 1270. Esta
abadía cerca de la costa del Canal, a la altura de la Isla de
Wight, fue una fundación
relativamente tardía (1203), realizada por el Rey Juan como acto de
expiación por su trato duro e injusto con los
cistercienses. Beaulieu fue dotada con mucha
generosidad, y tuvo éxito en todos los sentidos.
Netley, Newenhan y Hayles fueron fundadas por esa poblada comunidad en un
intervalo de pocos años (1239-1248). El libro de cuentas de Beaulieu
testimonia un elaborado sistema de administración económica, y una capacidad
profesional en contabilidad especializada. Por ejemplo, el guardabosques
debía conseguir anualmente de cada acre de bosque, a más de cuatro mil
haces, cuatrocientos doce atados de leña, cada uno de los cuales constaba de
cinco varas, de no menos de un metro de largo y del grueso de una lanza.
Solamente se cortaban árboles de más de veinte años y aun los troncos
restantes se usaban como carbón de leña.
El número total de ovejas en
Beaulieu en el año ya señalado era de sólo dos mil
doscientas cincuenta y cinco cabezas, y la mitad de ellas se murieron pronto
debido entre otras causas, a la roña. Todo el complejo cuidado de las ovejas
estaba bajo el control del rabadán, asistido por un cierto número de
hermanos legos y trabajadores a sueldo. Los animales se guardaban en varios
rebaños, bajo el cuidado del bercarius,
quien tenía que proveer de pasto y corrales para las ovejas y dar
alojamiento a los hombres. La esquila y el lavado de
los vellones se hacía en esos lugares pero la clasificación y división de la
lana en balas se realizaba en la abadía. Había seis calidades distintas
(buena, mediana, gruesa, algo basta, basta y muy basta), que se vendían a
precios que oscilaban entre 10 y 2 libras por
bala. La cantidad total llegaba a las 17,5
balas y, por lo que parece, las vendieron por un total
de 147 libras,
165 chelines, y 11 peniques. Por
otra parte, el encargado de la ropería retuvo 5,5
balas de lana de baja calidad para las
necesidades de los monjes.
Dentro de la abadía se realizaba
el proceso completo de elaboración de las distintas prendas de vestir para
toda una comunidad de cincuenta y ocho monjes, siete novicios y sesenta y
ocho conversos. Comprendía desde el cardar y peinar hasta el hilado, tejido
en el telar y confección del paño en el batán; después de esto se cepillaba
la tela, y se la limpiaba con detergentes. De cada bala de lana se esperaba
sacar cuatro veces veinticinco varas de tela, unos treinta marcos de paño
bien gruesos para el invierno. Se trabajaba también un material mucho más
ligero para usar en verano. La cifra total de tela manufacturada ese año fue
de mil cien varas, a partir de las cuales se confeccionaron gran variedad de
prendas útiles, desde veintiocho capas a ciento cincuenta y cinco pares de
zapatillas. La comunidad usaba todo esto, aunque se regalaban algunos
artículos a los amigos o a los pobres. La venta de tela en gran escala se
hizo imposible por la ruidosa protesta de los mercaderes de paños, bien
atrincherados en las ciudades vecinas.
Un proceso similar de manufactura
de telas se realizaba, sin duda alguna, y aún en mayor escala, en un buen
número de abadías cistercienses
inglesas.
El comercio de lanas en Gales fue
casi tan importante como en el Yorkshire.
En 1277,
Aberconway vendió veinte balas a mercaderes italianos,
y mantuvo alto su nivel de producción hasta cerca del
1300. Hacia fines del siglo
XIII, Margam, con un
rebaño de alrededor de 5.000 cabezas, vendió veinticinco balas
de lana por año, sobrepasando un poco a Whitland, Tintero,
Basinywerk y Neath. Esas cifras eran muy inferiores a las de Fountains
y Rieval, pero la calidad de la lana galesa era
generalmente superior. La de Tintero era la mejor del Principado,
rindiéndole a los monjes veintiocho marcos; sólo con
este capítulo obtuvieron una ganancia anual de 150 libras. En las
postrimerías del siglo XIII los ingresos de
Margam, por el mismo producto, alcanzaron una cifra aún mayor: 167 libras.
También en Irlanda fue
significativa la producción lanera, llegando a adquirir gran importancia en
los años de la peor epidemia de escabro en Inglaterra (1280-1290). Muchas
veces, Enrique III
recaudó en lana sus impuestos, con los cuales financió sus guerras contra
Escocia. Bajo distintos grados de presión económica, muchas abadías
cistercienses en Irlanda
contrajeron abultadas deudas con los mercaderes italianos, quienes
adelantaron fuertes pagos a cuenta de envíos futuros. Sobre los monjes de
Jerpoint pesaba un préstamo elevado, recibido de los mercaderes de
Lucca; no eran una excepción,
pues cerca de una docena de abadías irlandesas, entre ellas
Holy Cross, se encontraban en
condiciones similares.
Más o menos por esa época los
monjes de Cambron (Flandes) tenían un rebaño de cuatro mil animales. En
1168, Bonnefont, cerca de Tolosa
del Languedoc
poseía mil quinientas cabezas. En 1316, los pastores de
Poblet cuidaban rebaños de dos mil doscientas quince ovejas y unas mil
quinientas cabras.
Bibliografía
(…)
L.J. Lekai,
Los Cistercienses Ideales y realidad,
Abadia de Poblet Tarragona , 1987.
©
Abadia de Poblet
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