Los Cistercienses

Trabajo

Pesca

La piscicultura era una de las actividades más antiguas dentro de la economía monástica, mucho antes de los cistercienses, que siempre ejerció una atracción especial sobre los monjes, debido a la prohibición de carne en la dieta. Los cistercienses expertos en el drenaje, recuperación de suelos, tuvieron una excelente oportunidad de desarrollarla en gran escala en forma poco común, dado que abundaba el agua en los estanques, canales y tras los diques que embalsaban el agua para los molinos. Era muy raro encontrar un monasterio sin viveros, más grandes o más reducidos y, donde lo permitía la conformación geográfica, una cadena larga de viveros intercomunicados servían para la cría de peces con fines comerciales, bajo la dirección de un monje experimentado, «el maestro de peces». El Alto Palatinado era un territorio con estas características, con las montañas de Fichtel en suave pendiente. Allí la abadía de Waldsassen (fundada en 1133) desarrolló sus criaderos de peces desde el siglo XII en adelante, logrando transformarlos en una de las instalaciones más grandes de su género. Tenemos a nuestra disposición fuentes fidedignas relativas a su producción desde el siglo XVI. En 1571, cuando el monasterio acababa de perder una parte considerable de su propiedad anterior, había todavía ciento cincuenta y nueve lagunas en funcionamiento. Las hembras seleccionadas eran cuidadas en cuarenta y siete lagunas más pequeñas, los primales en treinta lagunas, mientras los de dos años, que necesitaban más espacio y alimento, se criaban en ochenta y dos lagunas. Al tercer año, el pescado se vendía al por mayor en las ciudades vecinas, especialmente en Eger (Bohemia). Aquí, como en todas partes, los productos de mayor importancia eran las carpas y, en pequeñas cantidades, los lucios y truchas.

Las abadías que tenían acceso a ríos o al mar consiguieron valiosos derechos de pesca o monopolios, que alquilaban con frecuencia a terceros; preferían dinero en efectivo y no en pescado. Tintern, en Gales, tenía sus criaderos de salmón en el Wye, y poseía privilegios similares hasta la mitad del Severn. Margam y Neath trataban por igual de sacar el mayor partido posible a sus oportunidades pesqueras. Una porción considerable de los ingresos de las abadías irlandesas estaba constituido por la venta de pescado, tales como anguilas, salmón y lucio. Holy Cross construyó cuatro criaderos cruzando el Suir para atrapar anguilas. En las regiones costeras se pescaban arenques. Saint Mary’s Abbey, cerca de Dublin, poseía un litoral marítimo bastante extenso con varias bahías pequeñas, que daban oportunidad a los monjes para recaudar impuestos por el uso de sus facilidades portuarias.

Agregadas a estos capítulos de la economía monástica, rara vez faltaban huertas en las proximidades de las casas cistercienses, aunque sus productos, debido a las dificultades del transporte, raramente llegaban a igualar en valor comercial a los granos, lana o vino. No obstante, la jardinería cisterciense, con sus métodos muy avanzados y variedades seleccionadas, impulsó e influyó poderosamente en la horticultura de las zonas cercanas, especialmente en las regiones del Norte y Este del Continente. En 1273, Doberan tenía un invernadero con fines de experimentación de plantas hortenses. Las filiales monásticas sirvieron de canales para transplantar de Francia frutas finas y vegetales raros. La manzana reineta, conocida en dicho país, pasó de Morimundo a Kamp y a través de las numerosas filiales alemanas de esta última se divulgó en el Este. En Turingia, el cultivo de manzanas y la elaboración de sidra fueron actividades lucrativas para los monasterios. Georgenthal y Pforta eran renombradas por sus huertos. Esta última poseía, además de veintisiete viñas, huertos en nueve fincas diferentes bajo el cuidado del «maestro de huertos». Una de las antiguas posesiones de la abadía, Borsdorf, sigue siendo famosa por sus manzanas, transplantadas en su origen desde Francia.

En Noruega, Lise (fundada en 1148 por Fountains), la mayor abadía del país, poseía los huertos más selectos en el distrito de Hardanga, región que todavía es famosa por su fruticultura. El mismo monasterio mantenía una hostería muy frecuentada cerca de la ciudad de Bergen, con el privilegio de vender allí el producto de su agricultura. Las conexiones comerciales de la abadía llegaban hasta Inglaterra, y los productos de ambos países se intercambiaban por medio de los propios barcos del monasterio. El rey Juan Sin Tierra les otorgó el privilegio de exportación libre de impuestos en 1212. En Suecia, de acuerdo con el testimonio de documentos de la época, la pesca era uno de los más importantes capítulos de la economía monástica, tanto más cuando el clima limitaba en gran parte la agricultura. Mas la abadía de Gudvala, situada en la isla de Gotland, poseía ricas tierras en Estonia y estableció un depósito con una bodega en Reval. Su intensa actividad comercial presupone la manutención de una flota considerable.

Aparte de la muy lucrativa cría de ovejas, otros campos de la ganadería cisterciense contribuyeron a la economía monástica en forma substancial. Jervaulx (Inglaterra) fue siempre famosa por criar caballos. La abadía de Otterberg (Alemania) vendió ochenta caballos salvajes al Príncipe Luis del Palatinado en 1246. En el siglo XIII, la abadía de Claraval poseía ochocientos cerdos, parece que con fines comerciales. Los productos lácteos eran importantes en la dieta de los monjes, y los documentos más antiguos testimonian los grandes esfuerzos realizados para mejorar las reservas de queso. El mismo año de la muerte de san Bernardo (1153), Claraval envió conversos a Italia para adquirir animales; los hermanos volvieron del difícil viaje a través de los Alpes con diez ejemplares selectos de ganado vacuno. Casi un siglo después, la misma abadía, poseía una manada de novecientas cabezas. La abadía de Kirkstall, aunque nunca fue de las más ricas de Inglaterra, tenía hacia fines del siglo XIII doscientos dieciséis bueyes, ciento sesenta vacas, ciento cincuenta y dos novillos y becerros, y noventa terneros, sumados a cuatro mil ovejas. Morimundo poseía setecientos vacunos y dos mil porcinos. En muchas casas había un monje llamado apiarius a cargo de la apicultura. La miel fue mucho más importante en el Medievo que en la actualidad, porque era el principal equivalente del azúcar.

De las abundantes referencias a las propiedades se puede deducir, con todo derecho, que las abadías más grandes y más prósperas estaban deseosas por adquirir y mantener casas en las ciudades vecinas, como enlaces vitales con los mercados locales, donde los hermanos pudieran vender sus propios productos y comprar los artículos necesarios, que no podían producir. En centros comerciales importantes como París, Tolosa del Languedoc, Colonia o Bruselas, un cierto número de monasterios tenían distintos establecimientos; en Londres sumaban veintiuno, y algunos tenían más de una casa en la ciudad.

Sumados a los contactos comerciales, las abadías cistercienses obtenían con frecuencia privilegios para tener mercados y aun ferias en sus propias fincas. La resistencia que oponían las ciudades para admitir a los cistercienses en sus mercados era un incentivo para la venta de productos de la propiedad monástica. El status privilegiado de la Orden referente a impuestos y obligaciones aseguraba a los hermanos ventajas que los competidores seculares encontraban injustas e injuriosas. A la lucha entre Eberbach y Colonia se sumaron las disputas entre Waldsassen y Eger, y entre Bebenhausen y Ulm. En cada caso, la abadía se vería obligada a buscar mercados fuera de la jurisdicción de las autoridades hostiles. Durante el siglo XIII, treinta y una abadías en Inglaterra y Gales poseían concesiones de mercados y ferias, y algunas otras pueden haber tenido mercado sin autorización escrita. Por lo general, una cédula autorizaba a los monjes a tener mercados semanales y una feria anual, que duraba alrededor de tres días. Los excedentes agrícolas constituían la máxima atracción de esos acontecimientos y las ganancias de los monjes deben haber sido considerables. Algunos monasterios, como por ejemplo Homcultram y Jervaulx, pagaron en realidad sumas elevadas por obtener el privilegio de poseer tales mercados.

 

Bibliografía

(…)

L.J. Lekai, Los Cistercienses Ideales y realidad, Abadia de Poblet Tarragona , 1987.

© Abadia de Poblet