Economia
La inestabilidad económica
Un visitante ocasional, que mirara
las iglesias majestuosas y los claustros monumentales, con un enjambre de
monjes atareados y luego observara en toda la vasta extensión del horizonte
fértiles praderas, verdes pastos, grandes manadas de animales apacentándose,
oscuros bosques y campos cuidadosamente arados, difícilmente escaparía a la
impresión de que los cistercienses
fueran, de verdad, fabulosamente ricos. Sin embargo, la
apariencia exterior de prosperidad cubría con demasiada frecuencia
deficiencias crónicas y graves.
El crecimiento constante del
personal a todo lo largo del siglo XII
constituyó para muchas abadías un preocupante problema.
El Capítulo General de 1190
señaló el caso con claridad meridiana: «Un cierto
número de monasterios de nuestra Orden están con frecuencia sobrecargados
por un excesivo número de personal. De esa forma, se
ven obligados a multiplicar sus posesiones y aumentar sus deudas». En tales
casos, la asamblea ordenaba suspender las
admisiones por tres años consecutivos. En la sesión de 1196, el Capítulo.
insistía de nuevo en que las admisiones debían ser proporcionales a los
ingresos, y planeaba fijar dicha relación para ser promulgada en la reunión
del año siguiente. De todos modos, proseguía el decreto, las abadías deben
decidirse siempre por un número menor, e incrementarlo únicamente cuando
dispongan de medios adicionales. No se sabe si llegó a fijarse un número
determinado de miembros para cada abadía, pero el Capítulo de 1198
«recomendaba estrictamente (a los abades) que no se excedieran del número de
personal asignado».
Un ejemplo posterior, muy
elocuente; de la legislación mencionada
aparece en la crónica de la administración del abad
Miguel Brun (1235-1249),
de Meaux. El número de
monjes (numerus
taxatus) había sido
fijado en cincuenta, cuando cierto caballero, Sir
John Fryboys, hizo una donación generosa «para
el sustento perpetuo de un monje» al entrar en el noviciado. De esta forma
el total se elevó a cincuenta y uno. Otro caballero,
Guillermo de Sutton, donó un molino
especificando, que era en beneficio del quincuagésimo segundo monje.
Una economía exclusivamente
agraria es siempre inestable, a despecho de las precauciones y del
planeamiento más previsor. A poco de concluidas las primeras décadas de
existencia, casi todas las abadías habían acumulado un pasivo considerable
en forma de rentas vitalicias y pensiones, y años de malas cosechas,
accidentes causados por desastres materiales, extorsiones imprevistas o
devastaciones producidas por la guerra pueden haber llevado a las
comunidades al borde de la
bancarrota, incapaces de hacer frente a sus obligaciones financieras y
alimentar a sus propios monjes.
En tales circunstancias, la
primera medida, tal vez poco drástica, era la dispersión momentánea de los
monjes, quienes se veían obligados a buscar hospitalidad en otras abadías de
la Orden más afortunadas. Estas situaciones no quedaban limitadas en modo
alguno a los monasterios pobremente dotados o administrados de forma inepta.
El primer abad de Meaux, Adam,
hombre de gran habilidad, después de diez años de éxito
en su gestión, se encontró incapaz de vestir y alimentar a sus cuarenta
monjes y once novicios, en 1160. En su desaliento, incapaz de aceptar ser
malvisto por haber
causado la dispersión de su comunidad, simuló emprender una peregrinación a
Roma, y renunció. Los pagos por el rescate del rey Ricardo, en 1190,
redujeron de nuevo a la abadía a la mayor miseria. Los monjes fueron
despedidos, tuvieron que pedir hospitalidad «como mendigos», y pudieron
retornar sólo después de quince meses. En 1210, se
produjo una tercera dispersión a consecuencia de la exigencia del pago de
1.000 marcos por el rey Juan, para lo cual fue necesario vender valiosas
tierras de abadengo. Sin embargo, en esa
oportunidad, los monjes no pudieron encontrar abrigo
en otras casas cistercienses, igualmente
empobrecidas; por consiguiente, algunos buscaron refugio en York, otros
huyeron a Escocia, o sobrevivieron «ocultándose en aldeas y castillos». A
cada incidente, el abad renunciaba a su cargo.
A causa de la esporádica violencia
y de disturbios políticos endémicos en la segunda mitad del siglo
XIII, la rica abadía
renana de
Himmerod sufrió un colapso
económico total en 1293. Su numerosa comunidad tuvo que dispersarse durante
cinco años, a pesar de poseer doce granjas valiosas.
Pocos años después (1315), una de las casas más ricas de la Orden, Villers,
tuvo que dispersar a sus miembros, dado que la comunidad no podía satisfacer
las exorbitantes imposiciones del Duque de Brabante.
En 1189, el Capítulo se vio
obligado a legislar sobre dispersión, produciendo una sucesión rápida de
reglamentos al respecto, aprobadas en 1190. 1191 y 1196, claro indicio de
que tales incidentes estaban muy difundidos. De acuerdo con estas
disposiciones la dispersión sólo podía efectuarse después de una
investigación y autorización conveniente. Los abades anfitriones debían
«recibir a los refugiados con la alegría de la caridad», aunque durante la
emergencia podían declinar la hospitalidad a otros. A su vez, la comunidad
en conflicto no podía recibir novicios hasta que se establecieran
condiciones más seguras.
Bibliografía
(…)
L.J. Lekai,
Los Cistercienses Ideales y realidad,
Abadia de Poblet Tarragona , 1987.
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Abadia de Poblet
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