Los Cistercienses

Economia

Pasivos o deudas

Otra forma de aliviar la crisis financiera era recurrir a préstamos. En épocas tan tempranas como 1157, el Capítulo General recomendaba con ahínco a los padres visitadores examinar bien el estado material de los monasterios que se les había encargado, y que tomaran medidas enérgicas contra los «abades que han comprometido sus casas por deudas excesivas». En 1175, se contaba con que los visitadores evitaran la acumulación de «deudas inmoderadas» y tomaran precauciones para el futuro. El Capítulo de 1182 decretó que los abades que debieran más de 50 marcos, no deberían comprar tierra ni iniciar nuevas construcciones hasta que saldaran la cuenta. En 1184, el mismo cuerpo ordenó la amortización de enormes deudas por medio de la venta de propiedades «muebles o inmuebles». Los padres capitulares de 1188 no dudaron en afirmar que, «es bien conocido que a causa de deudas excesivas, muchas casas de nuestra Orden afrontan el peligro inminente de un desastre». Nuevamente se prohibió comprar tierra y construir, a menos que tales gastos pudieran ser financiados mediante donaciones especiales. Los incendios o emergencias similares podrían también justificar las excepciones. El Capítulo de 1189 señalaba con mucha sabiduría, que ninguna casa con problemas económicos podría recuperarse por medio de préstamos a interés usurario, los cuales, por consiguiente, estaban «absolutamente prohibidos». Agregaba que «a los judíos, que son enemigos de la Cruz de Cristo, nada se les puede pedir prestado, con o sin usura».

Sin embargo, las deudas continuaron siendo una enfermedad crónica a todo lo largo del siglo XIII, aunque la visión alarmista del Capítulo, excesivamente conservador, no estaba del todo justificada. Por entonces, la economía europea había sobrepasado su estado eminentemente agrario y un comercio en creciente evolución hizo del crédito un instrumento indispensable en las transacciones comerciales. Abadías bien administradas, en su cambio hacia una economía más diversificada, podrían pagar hasta deudas considerables antes que éstas se volvieran insostenibles.

Esteban Lexington, como abad de Savigny, fue especialmente perspicaz sobre el estado financiero de las comunidades a su cuidado. Sus cartas de visita presentan un cierto número de ejemplos dignos de ser destacados, explicando la forma en que se manejaban los pasivos. Al encontrar en 1231 la abadía de Longvilliers en un «abismo de deudas», instituyó procedimientos detallados para la contabilidad y administración fiscal correctas y ordenó severas medidas de austeridad, incluyendo la limitación del número de monjes a cuarenta, y de los hermanos a sesenta. Aunque las condiciones mejoraron algo, en otra visita regular, en 1236, insistía todavía en que debían continuar las restricciones en la dieta de los monjes, su vestido y sus comodidades innecesarias. En otras partes, como en La Chaloché, las mismas medidas fueron más eficaces. Entre 1230-1236, una deuda abultada se redujo a 46 libras de Tours. En Vaux-de-Cernay, durante el mismo período, una deuda de 2.000 libras parisienses se redujo a 200 libras.

Hacia 1224, hasta el Capítulo General había notado el cambio en el ambiente económico, porque la cifra de deudas para limitar las admisiones se elevó de 50 a 100 marcos. Luego, en el mismo siglo, cuando se generalizaron los pasivos monásticos abultados, se autorizaba la dispersión de la comunidad en forma más liberal, como un medio legítimo de saldar deudas. Tal fue el caso de Bruern, en Inglaterra, donde en la década de 1290 se pagó con la dispersión una deuda de 3.000 marcos. Kirkstall debían en 1284 más de 5.000 libras, pero después que se permitió a los monjes dispersarse, la suma tan elevada se redujo en 1301 a sólo unas 160 libras. Entre 1280 y 1286, Meaux pudo reducir su déficit de 3.678 libras, a 1443, en gran parte por medio del arrendamiento de varias de sus granjas. Fountains debía en 1290 no menos de 6.373 libras que, sin embargo, disminuyó en un año a 1.283.

De acuerdo con todos los datos, la prohibición estricta de negociar con judíos fue aliviada durante el siglo XIII, o quedó sin ponerse en práctica. En Inglaterra se pedían préstamos a los judíos con frecuencia, con la esperanza de que, después de la muerte del prestamista, la suma pudiera ser cancelada por orden real. Tal es lo que aconteció en 1186, cuando falleció el famoso Aarón de Lincoln, con quien estaban en deuda ocho casas cistercienses por una suma total de 6.400 marcos. El rey Ricardo, después de su acceso al trono en 1189, condonó toda la deuda después del pago puntual de sólo 1.000 marcos. Transacciones económicas entre judíos y cistercienses ingleses continuaron hasta la expulsión de los judíos de dicho país en 1290.

Es difícil de determinar si una diversificación gradual de la economía cisterciense fue el resultado de reconocer que existía una tendencia a aumentar la comercialización, o la motivación debe hallarse en la búsqueda de mayor seguridad financiera y el deseo de obtener mayores ganancias de las entradas regulares en efectivo. Abandonar el cultivo directo de la tierra como única fuente de manutención era lisa y llanamente una infracción de las primeras reglamentaciones, pero, desde el punto de vista de un abad responsable del bienestar de sus monjes y de la supervivencia segura de su institución, podría llegar a ser una necesidad. Un abad humillado en extremo después del fracaso por una cosecha desastrosa, si es que aún seguía en ese cargo, tomaba conciencia, con toda seguridad, de que la base económica de su casa no había sido lo bastante sólida. La continua acumulación de tierra en lugares distantes y diseminados, significaba probablemente una prevención para un futuro menos arriesgado, y no una codicia insaciable. De modo similar, la ya discutida aceptación de diezmos, rentas, molinos, aldeas y otras fuentes de rentas fijas, podrían encontrar explicación y justificación, a su vez, en el hecho de que los propios monjes tenían que sobrellevar una gran carga de impuestos, pensiones y rentas vitalicias. Pagos regulares de esa naturaleza difícilmente podrían ser hechos sobre la base exclusiva de la venta del excedente de la cosecha. Obligaciones monetarias exigen fuentes de recursos similares.

La lógica de tales argumentos indujo al Capítulo General a modificar su actitud, y aceptar la transición del trabajo de granja, anticuado y claramente insuficiente, hacia una diversificación más compleja, pero también más remunerativa. Los críticos de la época cada uno por razones personales, asumieron una postura de rígida censura, pero la voluntad de transformarse frente a una economía cambiante, redundó decididamente en beneficio de aquellos cistercienses que rechazaron quedarse en el pasado, bajo el pretexto de cumplir reglamentaciones impracticables y completamente fuera de época. La misma Iglesia dio un ejemplo de flexibilidad cuando modificó las «doctrinas» anteriores sobre usura y precio justo, que, en la práctica, habían estado más reguladas por las condiciones del mercado que «por principios». La comprensión papal por los problemas de los cistercienses quedó expresada en la bula de Inocencio IV, de 1248, por la cual el Pontífice permitía la recaudación de diezmos en todas las parroquias en posesiones cistercienses, incluyendo las nuevas adquisiciones, en la medida que no dañaran los derechos de los propietarios anteriores.

 

Bibliografía

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L.J. Lekai, Los Cistercienses Ideales y realidad, Abadia de Poblet Tarragona , 1987.

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